Por Arturo Boyra
Entender las bases científicas de las interacciones existentes en la vida ayuda enormemente a resolver el conflicto de la energía nuclear recientemente reabierto por la desgracia ocurrida en Japón.
Entender las bases científicas de las interacciones existentes en la vida ayuda enormemente a resolver el conflicto de la energía nuclear recientemente reabierto por la desgracia ocurrida en Japón.
Con esta adaptación de la famosa campaña “¿Nuclear?, no gracias” queremos hacer nuestra contribución al reabierto debate nuclear.
Desde el punto de vista biológico son más los peligros que las ventajas. La energía nuclear de fisión entraña unos riesgos que ponen en peligro la vida en el planeta y, lo más importante es que, una vez generado el problema, ya no hay solución posible, es un incendio que no se puede apagar. Las sustancias radioactivas liberadas al ambiente permanecerán activas durante 24.000 años en el caso del plutonio y 700 millones de años en el caso del uranio. La sustancias radiactivas “controladas”, aquellas que son generadas en el proceso y se convierten en un residuo que se almacena, deben ser contenidas en recipientes ¿capaces de perdurar 700 millones de años?
La vida se basa única y exclusivamente en dejar en herencia una genética más adaptada a los entornos cambiantes, no en cambiar el entorno para que trasforme el genoma de la vida.
Si queremos saber sobre las ventajas, preguntemos a los ingenieros y los economistas. Si queremos saber las desventajas, preguntemos a los ecólogos. Hace falta con urgencia un comité científico que evalúe con criterio el futuro nuclear, un tribunal científico que valoré temas trascendentales para el futuro de la vida en la tierra con juicio y sin prejuicios, ni intereses ocultos. Unos jueves científicos.
Sobre las ventajas se apunta a que favorecen el desarrollo sostenible porque son una solución al cambio climático y a la emisión de gases de efecto invernadero. Este argumento más parece el típico ejemplo de que es peor el remedio que la enfermedad. Se apunta también a que el coste de generación es el más bajo después de la hidráulica. Eso si, como suele ocurrir en economía, los costes ecológicos no están contemplados. El coste de producción debería incluir el coste de restauración. Como la restauración es imposible en el caso de un accidente nuclear (no se pueden recuperar y neutralizar los átomos radioactivos una vez se han liberado) el coste es infinito. Por lo tanto, es la energía que “se paga más cara” a años luz de cualquier otra.
Sobre la seguridad en las centrales se ha dicho siempre que es muy muy alta pero el problema con las energías nucleares no es de probabilidades, es de posibilidades. Que exista una sola posibilidad es un riesgo que no se puede asumir. La desgracia de Japón es un claro ejemplo de que la existencia de posibilidades supone que la estadística de poco sirve. Había ínfimas probabilidades de que pasase y una posibilidad, y pasó.
Al ser humano le encanta hacer estadísticas ingenieriles con datos de apenas 100 años en una historia de un planeta de 4.600 millones de años. A modo de comparación, es como hacer extrapolaciones de la oscilación de temperaturas en 24 horas teniendo en consideración solo las medidas de 1 milisegundo. En la historia de la tierra las montañas, las islas, los continentes y las especies aparecen y desaparecen y ahora nos alarmamos de la gran catástrofe que supone una serie de terremotos puntuales. Cierto es que ha sido una gran desgracia pero no es la primera ni será la última.
Este tipo de energía se justifica con la palabra “desarrollo”, pero todos sabemos que el camino más corto no siempre es la línea recta. No parece casualidad que sean fuentes parecidas las que defendían a capa y espada las bondades del, ahora maltrecho, sistema macroeconómico y las que defienden la energía nuclear.
Ni que decir tiene que la energía de producción nuclear la disfrutan y/o explotan los que la generan, pero la padecemos todos cuando algo falla.
La evolución es el resultado de las interacciones entre seres vivos, sus mutaciones y el ambiente. Durante el ciclo de la vida, todo lo que una especie desecha, otra la aprovecha, y entre todas, forman una comunidad perfecta donde el concepto “basura” no existe. Todos los seres vivos basan la obtención de la energía en procesos bioquímicos, principalmente dominados por la energía del Sol. Simplificando, las plantas obtiene la energía del Sol y la acumulan en sus tejidos. Los animales extraen de esos tejidos la energía y excretan las sustancias que no pueden aprovechar. Estos desechos son los nutrientes de muchos microorganismos que producen a su vez los nutrientes de las plantas cerrando ese ciclo perfecto. Esa perfección se ha conseguido tras 4.600 millones de años de evolución donde los cambios se han introducido con infinita paciencia. Las mutaciones de los organismo se han sucedido poco a poco generando una máquina sincronizada, la vida en su conjunto.
Ahora, el ser humano genera un residuo no reciclable y que encima multiplica las mutaciones. ¿Las consecuencias? totalmente desconocidas e impredecibles ¿merece la pena correr el riesgo?
La justificación es sencilla, las centrales nucleares de fisión permiten que se monopolice la producción de energía (sin nombrar que encima están ligadas a la producción de armamento). Unos pocos obtienen los beneficios, no importa como se obtengan. Como siempre, las alternativas tecnológicas existen, de hecho, solo el 17% de la producción de energía mundial es de origen nuclear.
La energía es la base de la vida y también del desarrollo de la humanidad. Hay muchas formas de obtenerla y el ser humano tiene la capacidad de gestionarla. De nosotros depende, de todos y cada uno de nosotros.
(Artículo original, aquí, en el blog de Oceanográfica)
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